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Amores de Pedro I
La vida matrimonial y amorosa del rey Pedro es complicada.
Por una parte se casó con Blanca de Borbón, por una alianza con Francia, para recibir el dinero de una dote que nunca recibió, y aunque finalmente y tras muchas reticencias aceptó casarse con ella, luego la ignoró y finalmente la mandó asesinar.
Blanca por otra parte nunca quiso aquel matrimonio, pero fue forzada por su padre y por el rey de Francia.
Antes de casarse con Blanca, ya tenía amoríos con María de Padilla, con la que tuvo una hija poco antes del matrimonio y con la que seguiría en relaciones amorosas hasta la muerte de ella, considerándola él su auténtica esposa.
A su vez, Pedro tuvo otras amantes, algunas más serias, como Juana de Castro, con la que llegó a celebrar matrimonio, pero que fue nulo al no haberse anulado el de Blanca antes.
El Papa de Avignón se convirtió en el único aliado en la infelicidad de Blanca.
Entre todos estos sucesos, se encuentra otra leyenda del rey don Pedro.
Cuenta la leyenda, que el problema para retrasar tanto su matrimonio fue entre otras cosas que Pedro ya estaba casado con María, aunque lo hizo en secreto ya que todo el mundo le empujaba a casarse por la alianza con Francia.
El Papa se enteró del secreto y decretó un edicto de excomunión contra el rey, ya que los matrimonios de los reyes deben tener la autorización de los prelados eclesiásticos, cosa que no se hizo.
Mandó el Papa comunicarle al rey el edicto, que sólo tenía efecto una vez que se leyese en su presencia.
Los sacerdotes sabían del carácter colérico del monarca, así que ninguno se atrevió a leerle el edicto papal. ¿Pero ninguno se atrevió?, no, todos no fueron cobardes, un arcipreste sí se atrevió a tal cosa.
El sacerdote se levantó bien temprano y fue al lugar cerca del lugar donde sabía que el rey iba a pasar para ir a cazar aquella mañana. Se emboscó justo a otro lado del río.
Al aparecer la comitiva, el sacerdote desde su lado del río a voz en grito comenzó a leer el edicto. El rey, que ya sabía del edicto y no iba a dejar que nadie se lo leyera, comenzó a vadear el río a caballo mientras le disparaba flechas al religioso, al que hizo huir.
El sacerdote mientras corría le gritaba al rey que en vida o en muerte, acabaría leyéndole la excomunión al rey.
Años después ambos murieron con poco tiempo de diferencia, y cuenta la leyenda que aún se aparece el sacerdote buscando al rey para leerle el edicto en los alrededores del Alcázar sevillano.