Incultura: la lacra de esta sociedad

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A raíz de nuestra publicación sobre el vandalismo, recibimos numerosas muestras de apoyo que queremos agradecer.


También recibimos una reflexión del escritor Antonio Miguel Lara Ríos, que a continuación os mostramos.

De pequeño, cuando viajaba en tren a Lebrija, como si de un ritual se tratara me asomaba a la ventanilla para ver el Castillo de Almodóvar en la cima del otero. Podía ver a los arqueros apostados en las almenas y a los reyes sentados en el trono. En el viaje de regreso a Córdoba, ya al anochecer, el viaje no quedaba pleno sin volver a mirar al castillo; el palacete integrado entre las torres. Era mágico que ese telón de piedra del acantilado descubriera el pueblo de casas blancas sobre la loma con las lucecitas de las farolas. Aun hoy asisto a ese ritual; aun hoy digo que esa visión de Almodóvar del Río parece un portal de belén.

Es conocido el Castillo de Almodóvar por ser musa de inspiración: de lo más reciente, la recreación de Altojardín en Juego de Tronos o mi compañero de letras y de la Familia Arcana, Juanjo Reinoso, en su trilogía Tel.uric; cuya primera edición del primer volumen presentó en el castillo. Por cierto, su libro captó mi atención por la coincidencia al haber inspirado para nuestras novelas ambos castillos en el protagonista.

Esta es la parte que no quisiera contar, y menos de este ser querido. Cuando le hacen daño sientes muy propio ese dolor. La consabida representación en el arte y la literatura, las vivencias, fabular con mil batallas, conocer la historia y quienes están detrás para que este castillo sea visitable y uno de los mejores conservados de España —si no el que más—, es la base de la cultura. Al respecto, mi viene a la mente y lo lamento muchísimo por la memoria de don Rafael Desmaissieres y Farina; conde de Torralva, padre del castillo que levantara principios del S. XX piedra a piedra y a quien, junto con su amigo y arquitecto, don Adolfo Fernández Casanova, le debemos esta joya hoy visitable.

Voy a tratar de ponerme en la piel de los que piensan que los libros son para ratones de biblioteca. Pongamos que cuando lo veía desde la ventanilla pensaría: «un castillo, una cosa antigua. La arqueología son cuatro piedras, la historia es aburrida, que si fechas, que si reyes… y la cultura es cosa de frikis». Y si encima sus tutores aprueban esa actitud que maman desde pequeños, cuando crecen ya sí que no le podemos pedir peras al olmo. Aunque no todo es pesimista y por suerte veo un fomento de la cultura cada vez mayor. Me quedo con la frase de mi editorial y la de Juanjo, Ediciones Arcanas: «Un niño que lee es un adulto que piensa». Ya que ponemos el ejemplo del castillo, es bueno que cuando paséis con vuestros hijos hagáis que se fijen, que después se interesen por su historia, que quieran leer para conocer más, que se sensibilicen desde pequeños.

Os decía que intentaba ponerme en la piel de esta gente, pero hay un misterio: qué se le pasa por la cabeza a Rodri para vandalizar un monumento. Da igual que el vestigio cuente con mil años, diez mil o cien. Tampoco esperemos que comprendan que más que arte están causando ya no solo un daño al monumento sino a la piedra milenaria de los sillares. Estas agresiones a Bienes de Interés Cultural se contemplan en el Código Penal. Pero no pretendamos ver a un policía o un vigilante en cada esquina. La incultura se erradica desde la educación. La luz al final del túnel la veremos con las generaciones venideras, pero mientras tanto no podemos permitir tamañas agresiones. Esperamos sensibilidad por parte de quienes velan por nuestra seguridad: investigar hasta dar con ellos y que paguen por el daño que ocasionan. Me permito el lujo de aportar mi idea al respecto. Imaginemos que dan con los culpables. En este caso al equipo que gestiona el castillo, si el daño es reparable, le supone un desembolso; aunque sea una compañía de seguros. ¿No debería el malhechor trabajar para sufragar la reparación? O quienes respondan por ellos si son menores. Así habrían actuado mis arcades en el inspirado de Clachgem (bueno, peor, porque le habrían aplicado el ojo por ojo en su casa). Esto es lo que me mueve a escribir: evidenciar lacras como esta y a la sazón promover y contribuir a la cultura.

¿Sabéis a qué le debo mi devoción por el Castillo de Almodóvar? De pequeño me asomaba a la ventanilla porque mi madre me decía y me transmitía esa emoción: «¡Mira el Castillo de Almodóvar!». ¡Lo más fascinante es que todo el tren mira! Son muchos los que sacamos hasta la cámara de fotos. Hablando de la educación,

Voy concluyendo con una muestra de ese hálito de esperanza en las nuevas generaciones. Un servidor y mis amigos asistimos un año más al Zoco de la Encantá en Las Parvas con mucha ilusión; pero no tanta como su hijo. Mi amiga se encontraba indispuesta y se planteó dejarlo para el año que viene. Pero su hijo tenía tanta ilusión que se tomó un paracetamol y al final nos alegramos; tanto de verlo disfrutar como disfrutamos los mayores. Todo comienza por el interés hacia la cultura, ya sea en un monumento y en todo un mundo en torno como estos actos, en los libros o en el arte. Esos niños serán mayores que valorarán una piedra de hace mil años y también a la persona que tiene a su lado. Así construiremos ese mundo mejor con el que todos soñamos.

Termino con una coincidencia que me he encontrado en el desayuno. A mí que me atrae el mundo del misterio, afirmaría que el espíritu de la princesa Zaida me ha puesto delante este proverbio de Pitágoras:

Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres.