Leyendas del Rey Pedro I (VI)

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Hoy tenemos otra leyenda que ensalza la justicia de nuestro buen rey Pedro.

Bien sabido es que su reinado no fue tranquilo, y que no paró de recorrer la geografía de su reino de acá para allá, haciendo noche muchas veces en posadas, donde se relacionaba con sus súbditos.

Cuenta la leyenda que una vez en el pueblo de Brenes, hizo noche don Pedro con sus lacayos.

Cenando, escuchó la conversación de unos arrieros en la mesa contigua, que llamaban a un niño de la posada. Le llamaban como el “renegao”, y quiso saber el rey que porqué era aquello, que si no tenía nombre. Supo entonces el rey la razón.

Los arrieros contaron al rey que el niño era llamado así por su situación. Al parecer los dueños de la posada habían adoptado a una chica huérfana, chica que trabajaba en la posada ayudando a sus padres.

Cerca de la posada había un castillo, el de Cantillana, donde residía el conde de Cantillana, que se encaprichó de la chica, y no eran infrecuentes las visitas del conde a la posada para tener relaciones amorosas con la joven.

Pero la joven quedó encinta, y al saberlo, el conde no volvió y se desentendió de la chica y de su futuro descendiente.

Así nació el niño de la joven, y todo el pueblo supo quién era su padre y que este renegó de él, por eso era conocido como el “renegao”.

Dijo don Pedro que si en aquel pueblo no había nadie capaz de obligar al conde a hacerse responsable de sus obligaciones, lo haría el mismo.

Llamó el rey al conde, y al presentarse este allí, el rey le explicó la situación, cosa que fue confirmada por el conde y por la madre del chico.

El rey dio unos días de plazo al conde para casarse, y en caso de no cumplirlo lo pagaría con su cabeza.

El conde quiso escabullirse de la situación hablándole de la desigualdad de aquel matrimonio, que no podía ser, no porque él no quisiera, sino porque dada su categoría, él no podía casarse en la parroquia del pueblo, pero claro está que a su prometida no le permitirían casarse en la catedral de la cercana Sevilla dada su baja condición.

El rey puso solución a ello, para disgusto del conde seguramente, ya que pidió al obispo de Sevilla un favor personal, así que este declaró la parroquia local como catedral de segunda clase para que fue un lugar aceptable para los prometidos.

Esto es toda una muestra de ingenio tan propia de nuestro rey don Pedro.